Llegó el verano, y con él se presentó el intenso calor que suele acompañarlo. Cerca de las vacaciones, aprovechó uno de sus viajes en tren para reflexionar sobre lo que había hecho ese año. Aunque ya no era estudiante, trazaba sus objetivos en septiembre, los cuestionaba en enero y los analizaba en julio. Una buena costumbre que había desarrollado en la universidad y seguía manteniendo. Así, se organizaba bien y era más capaz de hacer las cosas que le interesaban. Para el análisis de julio, había diseñado un método sencillo que le funcionaba: recordaba cuáles habían sido sus objetivos y, uno a uno, pensaba si los había conseguido.
— “Al principio me limitaba a decir sí o no, esto sí y esto no” — compartió conmigo — “Por ejemplo, en septiembre establecía el objetivo de trabajar en equipo y en julio decía: sí, creo que sí, lo he conseguido. ¿Pero por qué llegaba a esa conclusión? Bueno, en realidad era más una sensación; no digo que no fuera verdad, seguramente tenía mucho de verdad, pero solo era eso, una sensación”.
Cristina es ingeniera industrial y ocupa un puesto de responsabilidad en una empresa multinacional. Su director le recomendó un curso sobre “crecimiento personal”, y allí, en uno de los talleres impartido por un conocido psicólogo, comprendió que no basta con establecer objetivos de manera general, (en este caso, “trabajar en equipo”), sino que esos objetivos se deben transformar en acciones concretas.
— “Salí de ese taller con una idea clara, y cuando en septiembre hice mi planteamiento del año, me pregunté: ¿Qué tengo que hacer, en concreto, para conseguir el objetivo de trabajar en equipo? Decidí que tenía que (1) escuchar a mis compañeros para comprender en qué les podía ayudar; (2) echar una mano generosa cuando me lo pidieran; y (3) compartir mis proyectos propios con los compañeros que pudieran aportar algo positivo”.
— “Había más cosas, claro” — continuó — “pero en ese taller también nos recomendaron que no nos pusiéramos muchos objetivos en el mismo año. Y yo estoy de acuerdo. Es mejor proponerse tres cosas y conseguirlas, que tener una lista más larga y no lograr nada. No se puede hacer todo. Hay que seleccionar. Por eso, me propongo una, dos o como mucho tres cosas y me centro en ellas. Así es más probable que las consiga. Y al año siguiente, otras. Si cada año logras un objetivo nuevo, cuando pasan varios años has avanzado mucho”.
En julio, en ese tren de Madrid a Ourense que con asiduidad frecuenta para visitar a sus padres, concluyó que había cumplido con los tres criterios. Algunos de sus compañeros le habían comentado que daba gusto hablar con ella porque sabía escucharlos, y ella misma se había dado cuenta de la fuerza que tiene escuchar (“Eso de escuchar ha sido todo un descubrimiento”). Entre otras cosas, escuchar le había ayudado a comprender mejor las necesidades de los demás y a estar más pendiente de echarles una mano.
— “Me costó más lo de compartir con otras personas mis proyectos — confesó — Soy un ave solitaria para lo mío, y prefiero hacerlo yo todo… Pero como era mi objetivo, he dejado que otros participen. Seguramente, debería haberlo hecho más, pero creo que ha sido un avance, y además hay cosas que se deben hacer a nivel individual ¿no?”.
(Asentí. Ella, continuó).
— “De eso me di cuenta en enero. Me sentía un poco mal por no compartir más. Pero llegué a la conclusión de que no se trataba de compartirlo todo, sino solo algunas cosas, e hice un listado de lo que debía y no debía compartir. Eso me ayudó mucho”.
Me explicó que, además del trabajo, le importa mucho su vida personal, y por eso tiene la costumbre de comprometerse también con un objetivo del ámbito privado. Este año se propuso hacer ejercicio físico con asiduidad, pero tras casi un mes saliendo a correr con un grupo, poco a poco lo fue dejando.
— “En la revisión que hice en enero, llegué a la conclusión de que el objetivo era demasiado exigente, y decidí replantearlo. De tres días a la semana, incluyendo el finde, me propuse correr dos… pero tampoco funcionó”.
(Guardé silencio, y este la animó a continuar).
— “Cuando en julio analicé cómo había ido el año, no sabía qué podía haber sucedido, por qué no había sido capaz de conseguir este objetivo. Llevaba muchos años sin hacer deporte, y seguramente por eso me cansaba mucho y al día siguiente tenía agujetas, pero me gustaba, y los horarios eran fijos, algo que me habían recomendado. Sabía que todos los martes y viernes a las siete de la tarde tenía esa cita con el running. Eso estaba bien. Pero empecé a faltar con cualquier excusa… Me decía: estoy cansada, tengo mucho trabajo, por un día no pasa nada… en fin, lo vas dejando y al final pierdes el hilo y dejas de ir”.
(Continué en silencio, muy atento a lo que decía).
— “Creo que me ha faltado un objetivo más atractivo que simplemente ir a correr. Decidí hacer ejercicio porque es bueno para la salud, eso lo sabe todo el mundo, y para perder unos kilos, que no viene mal ¿no? Pero me he dado cuenta de que no era suficiente para mantener el compromiso de ir a entrenar y no faltar”.
— Comprendo… ¿Qué crees que podrías hacer para mantener ese compromiso? — pregunté.
— “No estoy segura… quizá hacer otro tipo de ejercicio… pero correr me gusta, y es al aire libre, porque después de estar todo el día encerrada en la oficina no me meto en un gimnasio ni loca… Tengo una compañera que no había corrido nunca y se propuso participar en una carrera de 10 kilómetros. Según me dijo, eso la motivó mucho para entrenar. Le dieron un plan, y aunque no lo siguió del todo, entrenó esas dos tardes y además los domingos. Creo que sin ese objetivo de la carrera, seguramente le habría pasado como a mí”.
— Comprendo…
— “He pensado que yo podría hacer lo mismo — añadió Cristina — Me pongo un objetivo atractivo, un reto que pueda cumplir si me entreno, y eso me obligará a entrenar. Supongo que así será más fácil engancharme y consolidar el hábito”.
Algunas personas necesitan comprometerse con un objetivo atractivo que sea realizable para llevar a cabo las acciones concretas que conducen a ese objetivo; y en ese proceso, adquieren habilidades y hábitos que permanecen más allá del objetivo perseguido. Otras personas prefieren avanzar día a día sin tener muy claro el destino. Tienen una cierta idea, pero solo deciden el objetivo conforme progresan y su motivación y autoconfianza aumentan. Para seguir creciendo, cualquiera de estos dos caminos puede ser bueno, pero tarde o temprano es necesario establecer un objetivo concreto, determinar las acciones que llevan al mismo, adquirir el compromiso de ponerlas en práctica y, por supuesto, hacerlo. Como nos enseña Cristina, el primer paso es programar cuándo se plantean (¿septiembre?) revisan/replantean (¿enero?) y evalúan (¿julio?) los objetivos. Después, hay que pasar a la acción. Finalmente, hay que evaluar qué ha sucedido y por qué; y a partir de ahí, reflexionar sobre qué se puede hacer para mejorar en el futuro. Porque siempre se puede mejorar. ¿Sencillo? ¡Hazlo!