INTELIGENCIA EMOCIONAL: ¿PARA GENTE INTELIGENTE?

Sus ayudantes habían hecho un gran trabajo estudiando al equipo rival, y él lo había utilizado para preparar muy bien el partido. Como experto entrenador que era, dominaba las claves de su deporte y tenía clara la estrategia. Durante la semana, los entrenamientos habían corroborado que el camino elegido parecía el correcto, y los jugadores estaban en forma, rebosando confianza tras varias victorias seguidas. Todo listo para alcanzar una más. Sin embargo, el partido comenzó mal. En el deporte, estas cosas pasan. Por mucho que se prepare una competición, nunca se puede controlar todo; entre otras cosas, porque el rival también juega. En este caso, comenzó más acertado y enseguida abrió una notable brecha en el marcador. Lo que se esperaba de antemano, no sucedía. Las cosas no salían conforme al elaborado plan.

Gritó desde la banda para poner orden, y utilizó un tiempo muerto para activar a los suyos y recordarles lo que tanto habían ensayado… pero nada. Aquello no funcionaba. A pesar de sus años de experiencia, la desesperación se apoderó de él,  transformándole en una marioneta de sus emociones intensas. Los nervios, el enfado, la frustración y el desaliento, se fueron turnando para guiar sus decisiones y su comportamiento. Gestos incontrolados que fueron fuente inagotable de energía negativa que transmitió a sus jugadores; cruentos chillidos tras cualquier error que los atenazaron; instrucciones imprecisas y contradictorias que los confundieron aún más; cambios impulsivos de hombres y de táctica que eran más palos de ciego que elementos de una estrategia razonada; momentos de pasividad y bloqueo mental que dejaban al equipo a la deriva, sin patrón que reaccionara para reconducir el rumbo; encolerizados monólogos en los tiempos muertos y el descanso que lejos de aclarar las cosas, agravaron el caos… En lugar de ayudar a cambiar el mal signo del inicio, lo empeoró. Después, culpó a los chicos: mala actitud, falta de compromiso y motivación, escaso espíritu competitivo… Por desgracia, no era un partido más, sino la final del campeonato.

Juanjo, el entrenador del ejemplo, es una persona muy inteligente y un gran conocedor de lo suyo; además, dispone de ayudantes competentes que le aportan una información valiosa. Tiene los medios, conocimientos e inteligencia apropiados para preparar bien a su equipo y conseguir buenos resultados: de hecho, consigue muchos. Sin embargo, carece de la suficiente inteligencia emocional para gestionar sus emociones, y esta carencia, de vez en cuando, quizá en el momento menos oportuno, le juega malas pasadas. A pesar de esta evidencia, en su quehacer diario insiste en analizar meticulosamente los detalles más nimios del equipo contrario y le da vueltas y más vueltas a las posibles variantes tácticas, pero no se ocupa de desarrollar habilidades específicas que le ayuden a optimizar todo lo que sabe, en lugar de echarlo por la borda. ¿Por qué obvia algo con tanta trascendencia? ¿No es inteligente como para darse cuenta?

Raúl es el director deportivo de un club de natación. Al igual que Juanjo, es una persona bastante inteligente que domina bien su deporte. Fue nadador de cierto éxito y estuvo bastantes años entrenando antes de ocupar su puesto actual. En éste, incapaz de establecer una buena empatía y transmitir sus mensajes con la apropiada asertividad, le resulta muy difícil relacionarse con los entrenadores del club y los padres de los nadadores. Cuando habla con ellos (lo menos posible), agacha la cabeza y el contacto visual está ausente, y en su expresión refleja una tensión que muestra incomodidad e incapacidad de acercamiento. Sus conocimientos de natación y gestión deportiva quedan eclipsados por estas graves carencias. Es muy probable que al terminar la temporada no le renueven el contrato. ¿Inteligente?

Casos como estos podemos encontrarlos a montones en diferentes ámbitos. Marisa tiene un cociente intelectual de superdotada y es profesora de Historia en un instituto. Cada vez que uno de sus alumnos plantea una discrepancia, sufre una intensa ansiedad que afecta a su rendimiento. Acaba de pedir una nueva baja. Javier, directivo intermedio en una empresa de electrodomésticos, reconoce que tiene un buen trabajo, pero no es capaz de automotivarse por su actividad diaria y se siente muy infeliz. A pesar de ser una persona brillante que se ha hecho a sí misma, no encuentra el camino para salir de ahí. Su vida personal y social también se resienten. Marina y Jaime se conocieron en una escuela de ingenieros a la que se accedía con una nota muy alta. Están muy enamorados, pero su conexión emocional es mínima por falta de habilidades para empatizar y transmitir sus sentimientos. La relación se está deteriorando. ¿Personas inteligentes atrapadas por su falta de inteligencia emocional?

La inteligencia emocional es una etiqueta moderna que reúne conceptos y estrategias ampliamente investigados por la Psicología científica y aplicados durante mucho tiempo por los psicólogos. Ahora, bajo ese exitoso rótulo adquieren mayor visibilidad y fuerza, listos para ayudar a numerosas personas que como nuestros amigos de los ejemplos, tienen grandes lagunas que entorpecen su funcionamiento y su felicidad. Personas inteligentes, sí; pero no en esta faceta. De hecho, a pesar de su inteligencia general, ignoran o infravaloran lo emocional. ¿Miedo? En ocasiones, la inteligencia y el éxito nos apartan de lo que no dominamos, propician que lo neguemos, que no queramos afrontarlo por no formar parte de nuestras fortalezas. Acostumbrados a controlar los procesos que nos hacen triunfar, huimos de lo que no controlamos. ¿Inteligente?

Básicamente, la inteligencia emocional consta de dos grandes apartados relacionados con las emociones: uno, se centra en uno mismo; el otro, en la interacción con los demás; los dos pueden estar conectados. El primero contempla tres aspectos: el autoconocimiento de las propias emociones; el autocontrol de las mismas en la dirección deseada; y la capacidad de automotivación y aplazamiento de la recompensa. El segundo incluye la empatía respecto a las emociones de los demás y el control de las relaciones interpersonales. En todas estas facetas se puede mejorar con el entrenamiento adecuado. Algunos no lo necesitan. Para otros, no es una prioridad. Pero hay muchos que en lo profesional, lo personal o ambos, se beneficiarían significativamente. ¿Es de gente inteligente?

Chema Buceta